miércoles, septiembre 23

Qué haré después
cuando los años ya
no estén
cuando ya no exista
la posibilidad
o el tiempo
se desvanezca
y no se pueda
seguir fingiendo.

jueves, septiembre 17

Y si me muriera ahora
envuelta en fuego
sufriendo hasta
el final
como mueren niños
como han muerto viejos
y el mundo siguiera
estático
ausente
sin recuerdos.
Seguirás dándote vuelta
para no mirarme
seguirás diciendo basta
adiós
y yo seguiré insistiendo
no para que me ignores
sino
para que sepas
que nunca pude
comprenderlo.

jueves, septiembre 3

Se sorprendió al despertar. Sintió su privacidad derrumbada. ¿Qué hacía en sus sueños? Otra vez. Se conocían tan poco. Sin embargo ahí estaba él, entre sus cortinas y sus sábanas, entre sus ojos todavía cerrados y sus músculos aún dormidos, apareciendo en el comienzo de su día, tan palpable su imagen que se acurrucó un rato más, intentando reconocerse. Había perdido la cuenta ya de las veces que aquel extraño aparecía en sus sueños. Esta vez se reía de manera incontrolable contra la puerta de salida de un auto en el que estaban los dos, con más gente. Lo miraba y le decía algo acerca de que lo que él producía en ella era muy ambiguo, que no sabía definirlo. Él continuaba su risa y le decía de pronto muy serio que era mutuo, que no se preocupara. Se miraban ambos. Hubiera querido mantenerse así por mucho tiempo. Qué sorpresa abrir los ojos y asimilar la distancia. Caer en la cuenta de golpe. Acurrucarse. Seguir durmiendo.

sábado, agosto 8

Es cierto que pienso en vos. No sólo eso sino que días como este, un poco cálidos a causa de la humedad, me generan el mismo efecto que me produciría volver a oler tu perfume o volver a caminar de tu mano por un instante. Es tu presencia, lo único que el tiempo ha podido hacer contigo es congelarte en mi recuerdo: no siento ya aquella desesperación de los primeros días, no siento ya casi diría que no siento ya nada, no hay retorcijones ni lágrimas. Tu presencia.

Y si me atrevo a reconstruir tu risa o tus ojos, entonces recorre mi cuello un dolorcito leve, pero tan tenue que es posible ignorarlo, y continuar con el curso de la vida. Así, eso mismo, nadie mueva un pelo nadie cambie nada de lugar.

Nadie huya, por favor.

jueves, julio 23

Creí encontrarte. Te ibas rápido pero te hablé, te pregunté tu nombre, te conté cosas que hace tiempo no contaba. Supiste entender. Me parece que el cartel decía Paysandú, y aclaraste que te gusta caminar entre la gente. Yo me disculpé por mi falta de convencimiento, por mis paréntesis desprolijos, por mi inquietud. Me di cuenta de que te quise mucho. También te adoré, pero (ahora que lo pienso) de eso me di cuenta pocas veces, por ejemplo cuando todo aquello empezó a parecerse a una despedida. Tus manos estaban raras, como despegadas de ese crudo realismo que tienen tus ojos siempre.



Te quise mucho. Te ibas rápido.

sábado, julio 18

Nada, no ocurrirá nada, no saldremos del mismo círculo vacío y neutro, retocado, pero vacío y neutro, de igual forma en que lo es una sala de espera: nadie se anima a correr los ojos de las paredes blancas y los revisteros inútiles, los pies se nos atan, se nos atan las manos y las espaldas a los asientos y a las baldosas y a ese espacio que parece que alguien recortó con una tijera y pegó con delicadeza como parte de un colage. Sentados esperando qué, esperando la espera, viendo cómo nada al final de lo que hacemos tiene la relevancia que siempre o que a veces, porque por ejemplo ese cuadro allí colgado y qué importa un azul en lugar de un blanco, qué importa, si en este lugar sólo hay que estar, alcanza con que uno se cruce de piernas, y además alguien puso esas cortinas con la intención de que no nos moleste ni el sol, ni el viento, ni las nubes, porque nada, no ocurrirá nada.

miércoles, marzo 18

Pesadilla I

Aquello era humo. Los demás seguían hablando. Pero aquello no podía ser otra cosa que humo, y cada vez más gris. A nadie parecía importarle, o tal vez no lo habían visto, porque seguían discutiendo, de espaldas a aquella gran nube que crecía desde algún punto ubicado detrás de los edificios.
No recuerdo cómo hice para que se dieran cuenta. Pudo haber sido un dedo tembloroso señalando la ya negra superficie que se elevaba cada vez con más entusiasmo, un grito o alguna palabra de aviso, lo cierto es que de pronto corríamos lejos de una burbuja de ladrillos que estaba a punto de estallar, corríamos sin la menor esperanza de salir vivos, y en la carrera, sonidos que parecían gritos, pero en realidad eran verdaderas manifestaciones de terror, que se traducían en la certeza de no poder ya escapar, no poder ya suplicar, o rezar, o llorar de tristeza.