jueves, julio 23

Creí encontrarte. Te ibas rápido pero te hablé, te pregunté tu nombre, te conté cosas que hace tiempo no contaba. Supiste entender. Me parece que el cartel decía Paysandú, y aclaraste que te gusta caminar entre la gente. Yo me disculpé por mi falta de convencimiento, por mis paréntesis desprolijos, por mi inquietud. Me di cuenta de que te quise mucho. También te adoré, pero (ahora que lo pienso) de eso me di cuenta pocas veces, por ejemplo cuando todo aquello empezó a parecerse a una despedida. Tus manos estaban raras, como despegadas de ese crudo realismo que tienen tus ojos siempre.



Te quise mucho. Te ibas rápido.

sábado, julio 18

Nada, no ocurrirá nada, no saldremos del mismo círculo vacío y neutro, retocado, pero vacío y neutro, de igual forma en que lo es una sala de espera: nadie se anima a correr los ojos de las paredes blancas y los revisteros inútiles, los pies se nos atan, se nos atan las manos y las espaldas a los asientos y a las baldosas y a ese espacio que parece que alguien recortó con una tijera y pegó con delicadeza como parte de un colage. Sentados esperando qué, esperando la espera, viendo cómo nada al final de lo que hacemos tiene la relevancia que siempre o que a veces, porque por ejemplo ese cuadro allí colgado y qué importa un azul en lugar de un blanco, qué importa, si en este lugar sólo hay que estar, alcanza con que uno se cruce de piernas, y además alguien puso esas cortinas con la intención de que no nos moleste ni el sol, ni el viento, ni las nubes, porque nada, no ocurrirá nada.