Una vez, mientras dormías,
escuché la voz del viento.
Era feroz y pasaba insistente
a través de los postigos de la casa.
Sonaba como un filo sutil
dando órdenes precisas.
Luego se atoraba en
las rendijas como a punto
de ahogarse.
De pronto lo hice.
En el espeso aire
del cuarto
estiré mi mano
y escribí en un temblor el nombre.
Algo muy leve rozó mi piel.
Por la mañana
despertaste sin sueño
y me miraste con desprecio.
Viste asomarse en mí
la virtud de la desdicha.
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